Para interpretar y evaluar correctamente esta pieza de la Historiografía mojeña hay que recordar dos circunstancias: por una parte, que prácticamente no existían antecedentes de conocimiento de las etnias mojeñas; por otra, que su autor era un novato absoluto en la región; finalmente, quizás se puede recurrir a su carácter más bien intrépido. Así se puede comprender mejor, no solamente el tono ingenuamente optimista que destila, sino, más específicamente, la inexperta petulancia de que hace gala ¿será por aquello de que ‘la ig norancia es osada?. Vista desde esta perspectiva, hay que leer su Relación con una muy especial precaución: la de evaluar cada una de sus afirmaciones a la luz de los conocimientos aportados por la literatura posterior, nacida de una mayor experiencia acumulada tanto colectiva como personalmente.