“El gato, que solía deambular todas las noches por los tejados y recovecos del barrio, me despertó al amanecer, estaba detrás de la ventana viéndome con sus ojos agrandados, llamándome con un maullido desesperado; intrigado, salté de la cama pensando que algo le sucedía, salí de la habitación y divisé entonces la luz del baño, la puerta estaba entreabierta. Receloso y de puntillas me acerqué, metí la cabeza; Daysi estaba colgada de un soporte metálico, una de mis corbatas fruncía su cuello, su rostro congestionado y tembloroso, se desprendían de su nariz tímidamente algunas gotas de sangre. Daysi lloraba, lloraba.
Quité como pude la corbata de su cuello en tanto ella forcejeaba, recibí un par de puñetes y una patada; aun así, ella no tenía fuerzas para seguir luchando. Luego, la llevé a dormir, el gato entró con ella a la cama. Después de ese episodio, nunca tocamos el tema”.
Así como Andrés jamás se atrevió a preguntar a Daysi sobre por qué intentó suicidarse; del mismo modo, muchas familias evaden el tema cuando uno de los suyos intenta o consume el suicidio. Eluden hablar de ese tema y únicamente es motivo de conversación cuando otros son los protagonistas, cuando otros cuerpos son los retratados en la televisión.
Este hecho no es ajeno a la realidad sucrense, así lo revela la Psicóloga del Hospital Santa Bárbara, Eliset Villalpando, lo califica como el veto social a la muerte autoinfligida porque representa la marca de la vergüenza familiar. “En muchos casos hemos visto que los pacientes o familiares ocultan los intentos de suicidio, porque son vistos como un tabú que avergüenza a la familia; aun las crisis emocionales de algún miembro de la familia son motivos de vergüenza”, asegura.
Desde esa perspectiva, el suicidio es proscrito y abandonado en la oscura intimidad del hogar, camuflado en ocasiones con “caprichosos de la edad”; entonces, al evitar hablar el tema, buscar ayuda se convierte en un estigma. Para la especialista Nataly Medina, del Gabinete Psicológico de la carrera de Psicología de la Universidad de San Francisco Xavier, muchas personas asumen que el suicidio es un problema privado que solo atinge a las personas involucradas, cuando -en los hechos- asegura Medina, es todo lo contrario, porque está relacionado con la salud pública, “lamentablemente, la sociedad lo toma como un problema privado, individual; por eso, el Estado no asume políticas públicas para darle al suicidio la connotación pública que merece”, esto se explica, añade la psicóloga, al constatar que el suicidio no solo devela el problema de un persona, también refleja las debilidades y las carencias familiares.
Coincidente con este análisis, Heidy Mendoza, psicóloga del Gabinete de la carrera de Psicología, asegura que muchas personas han sido cuestionadas severamente por los miembros de su familia por el solo hecho de comunicar su deseo de morir; en su criterio, tachar de negativo el pensamiento de una persona que quiere suicidarse, solo lleva al aislamiento y, posiblemente, a concretar la idea suicida. “El sentimiento de soledad viene porque no tengo a nadie más, las personas a las que comuniqué mis aflicciones o problemas no me hicieron caso”. En este pequeño relato que comparte Heydi, es posible encontrar la fórmula que podría llevar a evitar miles de suicidios: hablar – escuchar.
“Eso pasa sobre todo en los intentos de suicidio repetitivos. El problema está ligado con la carencia de habilidades de comunicación, de un lado y del otro. En las acciones de prevención se tiene que trabajar mucho más en este aspecto”, subraya Mendoza.
Se suele decir que la persona que anuncia su suicidio es que en realidad no lo hará, muchos consideran que el anuncio más bien opera como el chantaje hacia la familia o hacia una persona en particular; por el contrario, en opinión de Eliset Villalpando, esa creencia solo es un mito porque en realidad lo que representa es un llamado de auxilio camuflado muchas veces en llanto, chiste o lo que fuere. “El suicidio no es repentino, es gradual. Primero se tienen los pensamientos, luego llega la idea (cómo hacerlo), posteriormente se prepara y ejecuta la acción suicida”, advierte la psicóloga.
Hasta aquí se puede inferir que hablar sobre la intencionalidad de quitarse la vida constituye en sí una llamada de atención que debe poner en alerta a la familia; en otras palabras, significa que algo le aflige a esa persona, algo le está llevando a pensar de ese modo, es el reflejo de las puertas cerradas, donde solo cabe apagar la luz; en suma, esa persona está sufriendo problemas de salud mental.
Sin duda, se presentan otros signos a través de los que se comunica esa intencionalidad; Nataly Medina subraya que en más de las veces el contexto externo es un poderoso móvil que influye en la salud mental de las personas que puede llevar a la depresión y, finalmente al suicidio. “Entre las situaciones familiares de riesgo están las desventajas económicas que impiden alcanzar objetivos profesionales o laborales; es decir, son un freno a las expectativas individuales; por ejemplo, aspirar a estudiar una carrera, pero no puede porque demanda muchos recursos, ese sentimiento de frustración puede llevar a pensar en el suicidio; entonces, si no sabemos manejar la frustración, el joven puede tomar la decisión de quitarse la vida, si en ese contexto además las familias enfrentan otros problemas como el abandono, la violencia y el alcoholismo, también alimentarán los factores de riesgo”.
Heidi Mendoza añade otros factores vinculantes como la muerte de un ser querido, antecedentes suicidas en la familia, la ausencia de apoyo familiar e institucional ante el acoso escolar y el bullying, las rupturas sentimentales, la baja autoestima, dificultades y retrasos en el desarrollo, escasas habilidades para afrontar nuevas etapas y la alta impulsividad, por citar algunos factores que influyen al momento de tomar la decisión fatal.
Si lo anterior está ligado con las causas externas, se puede afirmar –desde la perspectiva sociológica- que el suicidio es un fenómeno social y en tal sentido -para afrontarlo- hay que atacar los factores sociales que lo producen. Desde esa mirada, el sociólogo Emile Durkheim define el suicidio como la anomia social; vale decir, cuando la sociedad y sus instituciones ya no son capaces de regular e integrar las relaciones interpersonales y grupales por fuerza de ley ni por las convencionalidades y rutinas sociales, esa ruptura genera anomia que, según este autor llevaría al suicidio. En otras palabras, ante la ausencia de límites y fronteras que delimiten lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo posible y lo imposible, el quiebre de estas dicotomías produciría en el individuo frustración ya que el apego y la ilusión de eternizar las circunstancias serían las rieles por donde transita el suicidio.
“Tiene sed de cosas nuevas, de goces ignorados, de sensaciones sin nombre, que pierden todo atractivo en cuanto son conocidas. Por ello, al menor revés le faltan fuerzas para soportarlo. La pasión del infinito se presenta diariamente como una señal de distinción moral”. (E. Durkheim).
¿Qué debemos hacer?
Ante este escenario ¿Qué hacer, cómo obrar… cuál la salida? Mendoza identifica que en gran medida se tiene que trabajar en la autoestima de todas las personas, más aún en aquellas que tienen pensamientos suicidas o intentaron hacerlo. De inicio, dice la psicóloga, hay que comenzar por el autoconocimiento; o sea, reconocer las habilidades que uno tiene, lo que supone a la vez aceptar lo que no se puede hacer por distintos factores internos o externos; por ejemplo, si uno reconoce tener habilidades motrices que le facilitan tener un buen desempeño en el deporte, seguramente buscará oficios o profesiones conexas con los que pueda sustentar su vida; empero este reconocimiento le llevará a admitir que le cuesta asimilar conocimientos vinculados con las ciencias sociales. Siguiendo este mismo ejemplo, este individuo difícilmente adquirirá habilidades relacionadas con el arte.
“Porque por más que tenga problemas socioeconómicos y problemas familiares, si sé cómo soy, qué habilidades tengo y cuáles son mis capacidades de resiliencia (adaptación), sabré enfrentar los problemas y las dificultades. Es fundamental desarrollar la autoestima como forma de prevención y el autoconocimiento sobre lo que uno es; es decir, no me puedo engañar, no puedo pretender ser lo que no soy; en síntesis, hay que conocerse a partir de la objetividad sobre uno mismo”, explica Mendoza.
Estadísticas
De acuerdo al Informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS 2019), cada 40 segundos alguien se quita la vida en el mundo. Bolivia registra la quinta tasa de suicidios más alta de América; empero, un dato altamente preocupante señala que Bolivia tiene la tercera tasa más alta del mundo en suicidios de niños y niñas entre 5 a 14 años.
El Fondo para la Infancia de las Naciones Unidas (UNICEF) revela que entre el 2020 y el 2023 se reportaron en América Latina alrededor de 1400 casos de intentos de suicidio y llamadas de auxilio, de esa cifra 222 se trataba de menores de 18 años. En suma, como se aprecia en los datos, los adolescentes son un grupo vulnerable al suicidio.
En ese mismo contexto, es importante resaltar que en América Latina los intentos de suicidios en mujeres son más altos en los varones; con todo, las tasas de suicidio en varones, según la OMS, es mayor respecto a las mujeres en un 79%.
Eliset Villalpando, corrobora esta afirmación respecto a lo que sucede en Sucre, afirma que en términos porcentuales, son más las mujeres que intentan suicidarse, por lo general a través de la ingesta de medicamentos; sin embargo, es más alto el número de varones que concretan el suicidio por vías más letales, “esto es está relacionado con la letalidad de la conducta; o sea, se utiliza métodos contundentes para quitarse la vida: las autoagresiones, ahorcamientos, intoxicación con medicamentos, etc.”, indica la profesional.
No se incidirá más en los datos numéricos porque la estadística puede llevar a la banalización del hecho, a su deshumanización y espectacularización mediática; más bien, se asume hasta aquí la hipótesis (confirmada en muchos estudios realizados en el mundo y en Bolivia en particular) que los niños y adolescentes (12 a 19 años) son los que más se suicidan. Ese es el hecho objetivo que merece ser investigado desde la perspectiva holística; vale decir, el estudio del todo integrado (fenómeno social) para determinar el comportamiento de las partes que la componen, de esa forma comprender por qué esa población es más vulnerable que otras a quitarse la vida.
¿Por qué los adolescentes?
Para Heidi Mendoza la adolescencia se caracteriza por la alta impulsividad y la reducida tolerancia al fracaso; estos dos elementos actuarían como catalizadores de la idea suicida. De acuerdo a su explicación, durante esta etapa de la vida el adolescente enfrenta no solo cambios físico – biológicos, también de orden social; por ejemplo, el tránsito del colegio a la universidad, representa para muchos el desafío de adaptarse a nuevos espacios, nuevos sistemas de enseñanza y, sobre todo, a un nuevo entorno social (compañeros).
“Entrar a la universidad significa para los jóvenes asumir muchos cambios, porque deben compartir con personas de distintos estratos sociales, lo que se convierte en un reto que muchos no pueden asumir con facilidad; es decir, para muchos es difícil adaptarse a un nuevo contexto educativo”, advierte.
Coincidente con esta idea que presume que los bajos niveles de adaptación en el transcurso del colegio a la Universidad, son causantes de estados depresivos que podrían (vinculados con otros factores de riesgo) desembocar en el suicidio, Nataly Medina asegura que durante la adolescencia el ser humano es vulnerable a todo lo que le rodea: la familia, los amigos y los espacios abiertos (la sociedad en general). Desde esa mirada, se entiende que la adolescencia -por su misma acepción etimológica (crecer, robustecer)- es una etapa de transición donde aún no está definido su desarrollo.
“Durante el cambio del colegio a la universidad muchos no están preparados emocionalmente, no hay un desarrollo en su madurez para afrontar esta nueva etapa. Esto se determina por cómo se han desarrollado, si tiene o no apoyo en momentos de crisis. Todo esto influye para que en algún momento el joven, de alta vulnerabilidad psicológica, puede tomar una decisión de esa naturaleza. No encuentra una salida porque no tiene capacidades y habilidades para enfrentar los problemas de la vida; es decir, habilidades psicosociales y socioemocionales”, indica Medina.
Esas habilidades a las que hace mención Nataly, no se construyen de la noche a la mañana ni se generan por la simple transmisión genética, son habilidades que se transmiten a través de la educación; por tanto, ahí encontramos dos actores centrales que intervienen en la formación del niño y adolescente: los padres y los educadores.
“Si desde niños no han tenido ese tipo de enseñanza y aprendizaje, cómo solucionar un simple problema, tomar decisiones o expresarse con libertad, les cuesta en el futuro afrontar problemas de mayor complejidad. Todo el entorno influye para que los adolescentes y jóvenes no encuentren otra salida que no sea el suicidio”, reflexiona Medina.
Volvemos al principio ¿Qué hacer?
El Gabinete Psicológica de la carrera de Psicología asume como postura que la prevención en todos los campos es el mejor medio para evitar los intentos de suicidio y el suicidio como tal; en esa línea las profesionales de esta entidad universitaria consideran que la prevención debe estar ligada necesariamente a la construcción de habilidades emocionales; esto se entiende como la capacidad de tomar decisiones dirigidas a enfrentar los problemas.
En este reportaje han quedado muchos hilos sueltos, como por qué la incidencia es mayor en mujeres en los intentos de suicidio y por qué los varones son más los que concretan la acción suicida, ¿estas diferencias solo estarán relacionadas con el uso de medios letales? ¿Las habilidades emocionales estarán más desarrolladas en mujeres que en los varones?
Otro tema que no se profundizo fue el rol de la familia y el entorno social ¿Cuán responsables son en el suicidio de sus hijos, hermanos, amigos y compañeros?
Para finalizar, es preciso apuntar a la virtualidad ligada con la espectacularización mediática del suicidio, como fenómenos que merecen ser estudiados por separado y vinculados a la vez, para determinar su influencia en la toma de la decisión suicida.
Javier Calvo Vásquez
Fuentes Consultadas:
https://catalunyaplural.cat/es/prevenir-tras-una-muerte-por-suicidio-2/
https://medlineplus.gov/spanish/ency/article/001554.htm
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5123810.pdf
https://revistalabrava.com/suicidio-un-grito-de-ayuda/
https://www.la-razon.com/voces/2023/03/13/nuestros-jovenes-se-estan-suicidando/
https://ibero.mx/iberoforum/8/pdf/VOCES%20Y%20CONTEXTOS/5.%20MARIA_DEL_PILARLOPEZ_IBEOFORUMNO8.pdf
https://www.hoybolivia.com/Noticia.php?IdNoticia=5482